Ese árbol mítico es en realidad un
lugar interno en cada
ser
Cualquiera de nosotros podría identificar a la mítica dragona Nidhöcc royendo con vehemencia nuestra raíz, causándonos
dolor y haciéndonos crecer a la fuerza
Cualquiera de nosotros
podría ponerle nombre a las ardillas cuenteras que nos
recorren a veces, o a los pájaros-sueños que nos marean con
sus vuelos y gorjeos hasta causarnos vértigo
Si pensamos en la Saga de Odín, podemos escuchar su historia
como un cuentito, como algo que le sucede o le sucedió
a otro y que nada tiene que ver con nosotros
Otra posibilidad
es relacionar esas iniciaciones con sucesos que han dejado
huella en nuestra existencia
La primera iniciación de Odín aconteció en la fuente de
Mimir. Este es el nombre de un gigante, guardián de la fuente
de la sabiduría y de los antepasados. Mimir, como lo es la
vida, es sumamente responsable de su misión. Cuando Odín
se acerca a dicha fuente para beber de ella, el gigante Mimir,
se lo impide. Odín insiste, pero es inútil, no lo logra. Solamente
le será permitido abrevar de esa fuente, si entrega al gigante
uno de sus ojos. Visto que ese es el único camino, Odín
entrega a Mimir un ojo a cambio de sabiduría
podemos pensar que al quedar con un único ojo,
Odín logra la mirada de la unidad, la mirada del tercer ojo, es
decir, la mirada más allá de la visión física
Estoy hablando de
una mirada interna desde un lugar trascendente, con la cual
podríamos, si quisiéramos, desocultar nuestra luz y también
nuestra sombra. Esta posibilidad de observar en nosotros lo
que está oscuro, rechazado o negado, es la semilla de una profunda
transformación personal. Esos aspectos de uno mismo que no desearíamos ver, ni nombrar, sólo pueden ser observados
con el único ojo de Odín, que representa la mirada de la
totalidad. Esta conciencia también implica un reconocimiento
agradecido a nuestros padres, quienes nos precedieron en la
encarnación y que forman parte, como antepasados, de esta
fuente
No hay comentarios:
Publicar un comentario